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De tricampeón de Italia a Auschwitz


Posted by WanderersFutbol on 21 Abr 2017 / 0 Comment
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Artículo original de undergroundfootball.com por Joel Sierra

Aunque quizá para muchos el nombre de Árpád Weisz no les diga demasiado, sería imposible explicar el recorrido evolutivo del fútbol italiano y europeo durante los años veinte y treinta sin prestar atención a su figura. Una mente despierta protagonista de una época y un fútbol hoy inexistentes y cuyo recuerdo se había perdido entre las huellas borrosas del tiempo hasta que, en forma de libro, el periodista Matteo Marani -director de Guerin Sportivo– se encargó de impartir justicia histórica y de rescatar su vida de entre el olvido más de sesenta años después de su muerte.

Weisz, o Veisz según la grafía italiana imperante durante los primeros años de Mussolini, era húngaro de padres judíos y había llegado con apenas 27 años a Italia para disputar un amistoso con su selección en Génova. El Padova le echó el ojo y le firmó al año siguiente, tras haber destacado como fino extremo izquierdo en el Törekvés de su país, una de las mejores y más activas calderas futbolísticas del Viejo Continente por aquel entonces, mucho antes de la gran Hungría de los años cincuenta.

Weisz era húngaro de padres judíos y había llegado con apenas 27 años a Italia para disputar un amistoso con su selección en Génova.

El estiloso Árpád era parte del plantel de la Hungría de 1924 que llegó a los Juegos Olímpicos de París como gran rival de Uruguay. Un equipo que estaba comandado sobre el césped por un centrocampista llamado Béla Guttmann y conformado por un puñado de futbolistas que acabaron esparciéndose como el polen por toda Europa llevando consigo las múltiples innovaciones tácticas que habían calado en su país de la mano de los ingleses y de sus respectivas mentalidades analíticas.

No jugó demasiado en su primera temporada en el Calcio, sin embargo, sus aptitudes llamaron la atención de la Ambrosiana, el entonces nombre oficial del Inter por imposición del régimen fascista, a cuyos miembros aquella denominación cosmopolita no les gustaba demasiado. En Milán, Weisz tuvo un gran inicio de campeonato hasta que una fatídica lesión en su rodilla izquierda le apartó de los terrenos de juego de forma definitiva sin haber llegado a la treintena de edad.

Debido a su espíritu inquieto y a su afán progresista, Weisz decide marcharse a Uruguay, el epicentro balompédico mundial de la época, con una idea naciente dentro de sí que iba tomando cada vez más forma: la de convertirse en entrenador. Algo que consigue realizar ipso facto, ya que es el propio Inter quien lo reclama para su banquillo antes de cumplirse un año desde su obligada retirada.

Entre los juveniles del vivaio nerazzurro, Weisz descubre y hace debutar con el primer equipo a un futbolista que había sido descartado por el Milan por ser demasiado menudo y frágil. Aquel adolescente se llamaba Giuseppe Meazza y cambiaría la historia del Calcio y de la Nazionale, pero antes iba a conquistar su primer Scudetto de la mano del técnico húngaro, que se convertiría en el entrenador más joven de la historia en ganar un título liguero en Italia. Récord vigente. Weisz tenía entonces 34 años. Era un visionario. Un talento precoz en forma de director técnico que iba a eclosionar en Bologna, adonde llegaría en 1935 tras haber pasado por Bari, otra vez por el Inter y por el Novara en última instancia.

Y es que Bologna sería su hogar y el de su familia, el de su mujer Ilona y el de sus dos hijos, Roberto y Clara. Y también la obra maestra de Weisz, el mejor de sus equipos. Con varios uruguayos en la plantilla además del grueso de los italianos, mención destacada para el bolognese Schiavio, el Bologna se convirtió en el equipo más poderoso de Italia, consiguiendo el Scudetto durante dos campañas seguidas -1935/36 y 1936/37- y alzándose además con el Torneo Internacional de la Expo de 1937, equiparable a una Copa de Europa de la época, ante el Chelsea de los padres creadores ingleses por un contundente 4-1 en París. Weisz se coronaba como el mejor entrenador de Europa catorce meses antes de que todo empezara a cambiar.

Convirtió al Bologna en el equipo más poderoso de Italia y le ganó al Chelsea el Torneo Internacional de la Expo, en 1937, una especie de Copa de Europa de la época.

Mussolini promulga las leyes raciales fascistas en septiembre de 1938 por las que todos los judíos extranjeros presentes en el territorio italiano con posterioridad a 1919 tenían que abandonar el país. Una fecha que el Duce cambió en el último momento, pues la idea inicial era marcar 1933 como macabro baremo. Los Weisz, por tanto, tenían que abandonar Italia y con ellos, sus hijos, italianos de nacimiento y católicos bautizados.

Hungría es otro hervidero antisemita y convulso, por lo que Árpád decide irse a París (otra vez París), una ciudad que conoce bien pero que solo servirá como estación de paso (otra vez). En Holanda, el modesto Dordrecht se interesa por sus servicios. Con contactos como los que tenía en Sudamérica, la lógica dictaba que Weisz hubiese cruzado el Atlántico para ponerse y poner a los suyos lejos de los incendiosbélicos y geopolíticos europeos, sin embargo, la lógica no cuenta demasiado cuando la pasión es la que lo entrevera todo. Una pasión llamada fútbol.

Weisz acepta la oferta del Dordrecht y allí le da los mejores años en la élite al club de la pequeña ciudad del sur con un equipo plagado de estudiantes que logra finalizar la liga en quinta posición y vencer, como premio, al todopoderoso Feyenoord. Pero su situación vuelve a resquebrajarse. Su huída y la de los suyos se torna inútil cuando Hitler entra en los Países Bajos como cuchillo en mantequilla. Blitzkrieg. La Gestapo no tiene ni que buscarlos. Los Weisz son demasiado conocidos en su entorno y enseguida son localizados. A Árpád le colocan un andrajoso abrigo con una enorme estrella judía bordada que poco tiene que ver con los tres Scudetti que él había conseguido que se bordaran en las camisolas de Inter y Bologna.

La orden está dada. Partirán junto a otros miles de judíos en un tren hacia los campos de trabajo holandeses. Un primer viaje de una ida sin retorno que además tendrán que pagar de sus bolsillos. Nada que ver con los campos de muerte y exterminio del Este a los que otro tren les llevará en octubre de 1942. Auschwitz-Birkenau es el destino, el culmen de la maquinaria asesina nazi encargada de destruir a los hombres y de despojar al mundo de humanidad.

El 31 de enero de 1944, el que había sido el mejor entrenador de fútbol de toda Europa, fallecía en Auschwitz víctima del Holocausto.

Entre la nieve y el humo, Roberto, Carla e Ilona se desvían hacia la izquierda, hacia Birkenau, hacia la boca de la muerte y apenas tres días después de su llegada, serán gaseados en las cámaras. Por su parte, Árpád, hombre fuerte y robusto en el cénit de sus capacidades físicas, es enviado a Alta Silesia para realizar trabajos forzados y logrará resistir muerto en vida durante casi dos años. El 31 de enero de 1944, el que había sido el mejor entrenador de fútbol de toda Europa, fallecía en Auschwitz víctima del Holocausto sin dejar rastro de su brillante legado.

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