El fútbol, el deporte por excelencia de las clases populares europeas y latinoamericanas ha llegado a Estados Unidos y Canadá para quedarse. Desde aquel mundial del 94 sus elites fijaron de forma lucrativa el ojo en nuestro amado deporte debido a la cantidad de intereses creados a su alrededor que, aquí, tanto conocemos. Todo ello ha traído consigo la inversión empresarial y como consecuencia la profesionalización de sus ligas. Con todo, siendo la mercantilización del fútbol una realidad que no se puede negar, todo Julio César se encuentra con una Galia que resiste a la lógica mercantilista en pro de su comunidad y el fútbol popular, veamos:
El FC United inglés, el Cava United italiano, nuestro CAP Ciudad de Murcia… cada uno con sus particularidades y contradicciones son referentes que muchos conocemos. Sin embargo, en esta línea del fútbol popular hoy vamos a cruzar el charco para conocer la existencia de un pequeño gran club; hablamos del Detroit City FC.
Inicialmente, para comprender la existencia de este club primero hemos de contextualizarlo en el espacio tiempo; Detroit es la ciudad más grande del estado estadounidense de Míchigan, desde allí mirando al río puedes ver la ciudad canadiense de Windsor. Lo que se traduce en que el río de la ciudad hace frontera natural con Canadá. Bien porque Detroit fue fundada por los franceses en 1701 o por esta cercanía, el Detroit City FC es apodado como “le rouge”, “el rojo carmín” en francés, supuestamente uno de los colores del club, no obstante; revisando su escudo y camisetas, el color del equipo es más bien un color vino o burdeos.
Matices de color aparte, la realidad es que Detroit es una ciudad declarada en bancarrota, castigada fuertemente por la deslocalización de las empresas a otros países, donde la crisis ha llevado a la capital de Michigan en unos años a pasar de ser la cuarta ciudad con más población del país a tener una población similar a la de Sevilla o Zaragoza.
Cuando tu población emigra, los que deciden quedarse cargan con un 50% de paro, los sueldos bajan a la mitad y la necesidad aparece de la noche a la mañana; puedes hacer dos cosas: buscar un chivo expiatorio en la población inmigrante aceptando el discurso de un sujeto racista, machista y violento que ahora preside el país; el cual centró gran parte de su campaña en recuperar la producción automovilista que en su día genero gran empleo, o puedes alejar sus sucias manos de tu condado y municipio como ha hecho la población de Detroit en lo que se conoce como la mayor derrota de Trump.
Esa conciencia comunitaria pese al declive económico y social, esa solidaridad entre trabajadores de todos los colores y procedencias tiene su máximo exponente en el Detroit City FC.
Este singular equipo nace en 2012 de la mano de cinco amigos, todos hombres de la supuesta clase media norteamericana, aquí conocida como clase trabajadora, que tenían en común sus raíces en la ciudad, la pasión por el fútbol y una gran conciencia social, y comunitaria. Una anécdota curiosa que ilustra quienes son sus directivos es la mascota del club, figura que no puede faltar en la cultura estadounidense, la cual es un oso polar que fue rescatado de un basurero y a la que da vida cada partido uno de los cinco directivos, quien además es profesor de secundaria.
Desde su creación hasta hoy, el Detroit City FC ha dejado boquiabierto a todo un país, el promedio de asistencia media la última temporada fue de 5.255 espectadores, el mismo promedio que la SD Eibar de la primera división española, pero con un diferencia abismal; el Detroit City FC compite en la NPSL (National Premier Soccer League), la penúltima y cuarta categoría norteamericana con jugadores amateurs que además también juegan, a la misma vez, con equipos universitarios que becan sus carreras, lo que les obliga a tener una plantilla muy numerosa y una alineación irregular cada encuentro. Una situación compleja y difícil de entender para nosotros. Pero lo más importante es que, para poder albergar una media de espectadores de 5.255 espectadores, antes tuvo que ocurrir algo maravilloso:
El hecho ocurrió en 2015, cuando la afición encabezada por la hinchada «Northern Guard» o Guardia Norteña decidió hacer su propio estadio. Para entender como lo consiguieron, cabe remontarnos a 1930. En aquella década dorada, el gobierno federal invirtió miles de millones de dólares en proyectos de infraestructura por todo el país. Uno de esos proyectos era el Keyworth Stadium, una instalación deportiva que se encontraba abandonada y derruida. Por suerte, en los últimos años, la legislatura estatal de Michigan aprobó una ley de inversión que permitía a residentes del estado invertir privadamente en inmuebles que hubiesen sido financiados con dinero federal y se encontraran en estado de abandono. El recinto, propiedad de la escuela pública de Hamtramck, un municipio pequeño rodeado y engullido por Detroit, cumplía esos requisitos. Ahora había que encontrar la manera de hacerlo, un programa de inversión colectiva para financiar el proyecto era la fórmula elegida. Bajo el prisma de este proceder colaborativo, el Detroit City FC recaudó 750.000 dólares con los que ha rehabilitado las gradas, los vestuarios, banquillos, etc. Además utilizó otro método, el trabajo voluntario, mediante el cual se pintó buena parte del estadio.
El resultado fue fascinante, un coqueto estadio con capacidad para 7.000 personas y una sola pega, se llena con facilidad y no puede ser ampliado al colindar con un barrio, unas vías del tren y no haber prácticamente terreno disponible. Pero, ¿para qué quieren ampliar el estadio? Aquí vienen las contradicciones a las que se enfrenta el club:
Pongámonos en situación; el Detroit City FC compite en una categoría en la que no se puede ascender ni descender, un modelo caduco que sólo se sigue empleando en las ligas norteamericanas, en la India y Australia. Este modelo es antagónico a la meritocracia y solo premia el bolsillo. En esta tesitura es fácil de entender el hastío que puede producir en el aficionado esta situación, pero además, la MSL (Major League Soccer), primera categoría del sistema de ligas de fútbol de los Estados Unidos y Canadá, está en plena expansión pretendiendo ampliar su liga a dos clubes nuevos, por un precio de entrada de 150 millones. Aquí es donde todos los focos apuntan a Detroit, un equipo de locos que ha pagado su estadio y donde su asistencia media es demencial para la categoría en la que compite, un club que parece estar seduciendo a inversores multimillonarios del país.
A pesar de ello, dicha idea no parece cuajar, puesto que los posibles principales inversores no cuentan con el beneplácito de la comunidad de aficionados que ha forjado, junto a los cinco propietarios, este rara avis en el fútbol estadounidense.
La idea de ser un club humilde y amateur en el corazón de Detroit como símbolo comunitario frente al individualismo y la crisis económica conforma del Detroit City FC un club icono tan romántico como esperanzador. Con asomarse a cualquiera de sus partidos se puede ver la convivencia multirracial en sus gradas, graderíos donde la pirotecnia se mezcla con pancartas de bienvenida a los refugiados, banderas LGTBQ y un lema que lo dice todo: “club > league”, lo que viene a decirnos que lo importante no es la liga donde compitan, sino la filosofía y esencia comunitaria que rodea a este fabuloso club popular. Cabe destacar otras banderas menos elegantes donde se pueden leer directamente “FCK MLS”, algo así como que a tomar viento con la primera división.
A nivel institucional, en la corta historia del Detroit City FC, el club ha organizado tres amistosos internacionales en su suelo. El primero contra el Glentoran Football Club, club norirlandés con el que les une un hermanamiento que responde a las emigraciones de irlandeses a los EE.UU. El segundo amistoso frente al FC United of Manchester inglés, y el tercero frente al Venezia FC, ambos amistosos manifiestan el sentimiento de pertenencia a la corriente de clubes populares.
Por último y como reflexión final, pese a que el dinero lo puede comprar casi todo, y los medios de comunicación seducen a una buena parte de la afición detroitana con la idea de un futuro exitoso, mediante un salto de calidad que supuestamente premie el esfuerzo de la afición y dote de sentido a ese trasnochado sueño americano de triunfar llegando desde abajo. Debemos entender que, en un futuro próximo, el derecho a decidir entre la posibilidad de competir en la MLS mediante un enfoque primario de apoyo a la comunidad o, mantenerse fieles a los orígenes del club, con una filosofía que rompe contra la lógica del pensamiento capitalista estadounidense es un derecho que se ha ganado legítimamente el club y la afición.
Si bien, a día de hoy, lo que si podemos tener claro a 6.700 kilómetros de distancia es que nuestro club popular en Norteamérica se llama Detroit City FC.
Ulises Illán Frutos.
Presidente Fundación CAP Ciudad de Murcia y colaborador eventual de Wanderers.