Seamos claros, no es precisamente con goles, gambetas o fenomenales atajadas que los ídolos deberían agradecer a sus seguidores; si bien ellos son profesionales del deporte y no una ONG, debería primar un sentido más humanista.
Por: Gilberto Carrillo (Hablamos Fútbol)
Respetando todo tipo de creencia y sus derivados culturales, desde Hablamos Fútbol vemos con preocupación cómo este mundo sigue por un despeñadero, donde los valores espirituales y humanistas han sido reemplazados por un creciente amor al consumismo e idolatría al materialismo, que han sido inoculados por los grandes consorcios capitalistas que envuelven el planeta. Estamos hablando del capitalismo, el mismo mal que ha convertido al fútbol en un mero negocio, donde las marcas te imponen hasta el peinado que debes lucir para hacerlo viral y llevar a unos cuantos a que lo copien. Puedes lucir en tu camiseta la marca de cualquier empresa -que te pague para tal fin-, pero ojo, ten cuidado, ni se te ocurra celebrar un gol mostrando un mensaje que resalte los valores de la solidaridad, pues te pudieran sancionar tal como sucedió a Frederic Kanouté jugando para el Sevilla.
Quienes seguimos de cerca el mundo del balompié, y fundamentalmente quienes lo hacemos con una visión un poco más crítica, sin que esto nos aparte de todo los elementos que tiene que ver con las características propias del deporte, vemos las exorbitantes cifras que engloban los salarios de los llamados mejores futbolistas del mundo. Y es que hasta el menos famoso se puede dar el lujo de jugar unos cinco años y luego retirarse a llevar una vida de lujos y placeres, cosa que no está mal si has trabajado fuertemente para ello, aclaramos esto antes que vengan las balas que me acribillen por envidioso. Ellos son mucho más que hombres o mujeres corriendo detrás de un balón, se trata de figuras públicas, de ser imagen de aquellos niños y niñas que sueñan ser tan espléndidos en el juego como ellos. Sus fervientes seguidores o fanáticos sacrifican ciertas necesidades básicas en aras de poder comprar la camiseta de sus ídolos, muchos de estos hinchas se parten el lomo durante la semana para juntar el dinero que les permita adquirir una entrada e ir a verlos en su campo de juego, los que pueden, no olvidemos que detrás de cada partido existe el negocio de la televisión que hasta los horarios fija y eso limita en gran parte que los de menos recursos puedan disfrutar en vivo un compromiso de su club.
Seamos claros, no es precisamente con goles, gambetas o fenomenales atajadas que los ídolos deberían agradecer a sus seguidores; si bien ellos son profesionales del deporte y no una ONG, debería primar un sentido más humanista. Los cracks del fútbol mundial tendrán un buen pavo servido en su mesa durante la nochebuena, beberán los mejores vinos, sus hijos tendrán en ellos al mejor Santa Claus; mientras tanto, en sitios más apartados e incluso en los más cercanos, porque la pobreza se extiende por todas partes, habrán para quienes esta fecha navideña solo será una noche más, ni tan buena ni tan mala, solo una más de las que a diario les toca enfrentar. El que mayor suerte tenga podrá llevarse un pedazo de pan a la boca, el que no, sencillamente se irá a dormir con un festival de ruidos en sus tripas. Otros verán como en el firmamento se desperdician grandes cantidades de dinero en pólvora que pudiera alimentarlos a ellos por meses. Así está nuestro planeta tierra.
Pero miren como son las cosas, entre tanta mezquindad, este apasionado deporte llamado fútbol da para todo. Entre sus rejas se asoma la solidaridad, el amor y la empatía de los que menos imaginamos, quizás de los que menos recursos económicos atesoran, pero a los que le sobran ganas y deseos de ser parte de un mundo mejor. Se trata de una barra de fútbol compuesta por un núcleo familiar y algunos amigos, no muy numerosa en cuanto a integrantes, que orgullosos de sus orígenes se llama “Barra los negros”, ellos son seguidores de El Vigía Fútbol Club, equipo que representa a dicha región andina de Venezuela y que hace vida en la segunda división del balompié patrio. Con autogestión y aportes propios de sus miembros, esta barra acumula seis años convirtiendo goles en navidad, llevando una sonrisa a los niños y niñas del hospital infantil en la ciudad que habitan. Una vez más el recinto hospitalario le abrió las puertas a este grupo de personas, que vistiendo los colores amarillo y verde de su equipo, se pasearon por las distintas aéreas de hospitalización y emergencias para hacer entrega de regalos a quienes cuyo infausto destino les deparó pasar una navidad rodeado por personal médico y de enfermería.
Sirva este ejemplo, para que todos los altos jerarcas del fútbol, no solo Sepp Blatter y Michel Platini, se desprendan un poco de sus francos suizos, dólares o euros y sin vender humo emprendan verdaderas labores humanitarias. Que no lo hagan solo para lavar dinero o evadir pagos de impuestos amparados en fundaciones ficticias, que se toquen el corazón de tal modo que la chequera no les duela. Aquí no llegaron los Reyes Magos, ni el niño Jesús o Santa Claus, son solo un grupo de fanáticos que sin hacer alarde de grandeza o presumir ganar popularidad, han sido capaces de reivindicar al fútbol como herramienta para la transformación de nuestros pueblos en una sociedad más justa, y esto solo se puede lograr rescatando los valores que, según cuenta la historia, perseguía el verdadero cristianismo, sin dejarnos llevar por las cadenas de comunicación que nos incitan a gastar (o malgastar) cuando el calendario nos lo señala en letras negritas y subrayadas, solo para satisfacer a un pequeño grupo de poderes económicos que dominan a su antojo a la mayor parte de la población.
Posdata: Entre los colores auriverde de la barra los negros, se coleo el que escribe con la aurinegra del glorioso Deportivo Táchira y vivimos una jornada en paz, símbolo de fraternidad y respeto que debe predominar en todas las barras que hacen vida en el país para ser un referente cultural de civismo.