En ocasiones, el fútbol lo puede significar todo para una persona. Allí puede reencontrarse con su carácter y/o personalidad, si siente que el rumbo de su vida, o el horizonte de su destino, se pierden en algún momento; como deporte, puede tener muchos componentes que ayuden al ser humano. Sin embargo, ante los estándares económicos actuales, el fútbol de verdad parece pasar a un segundo plano; también su capital humano.
Hay un club que apuesta por, precisamente, su humanización y sus ideas, por encima incluso de ideologías. Todo esto porque, en parte, el Unión Berlín sabe lo que es sobrevivir en la oscuridad y marginación de aquellas personas quiénes supieron lo que significaba vivir en la República Democrática Alemana durante casi cuatro décadas. No cabe duda que es un club de la gente. Lo que es algo extraordinario hoy en día, quizás por el hecho de que debiera ser algo más normalizado en un futuro: algo más que una empresa que genere beneficios o pérdidas.
Su historia les vincula a los trabajadores del hierro en el vetusto barrio berlinés de Schöneweide, caracterizado por la multitud de empresas que bordean geográficamente el río Spree. Esa personalidad del obrero que lucha día a día por mejorar su vida, tenga mucho que ver en la creación del Unión Berlín. Así como su desarrollo en el distrito Treptow-Köpernick.
Quizás sea esta forma de hacer las cosas y sentir su tradición como algo único y especial, la mejor de las definiciones. Porque ser aficionado del Unión Berlín, siempre es algo más que ser aficionado a cualquier otro equipo. En el vetusto –ergo carismático- Stadion an der Alten Forsterei se respira historia y amor por el fútbol. Sentimiento por unos colores que establecen unos valores propios del simbolismo marxista: “el club es de todos; todos tienen derecho a decidir qué ocurre y cómo. Somos como una familia”.
Un club que trata a sus aficionados como una familia, tiene prácticamente el cariño ganado de quién se acerca por el este de Berlín. Porque ser aficionado del Unión también significa compromiso con unos colores. Un compromiso que se refuerza a través de sus distintas campañas en favor de la economía del club; sin ir más lejos, se llevó una campaña de sangre para saldar una deuda (bancarrota), y así la federación alemana les concediese una licencia para competir.
Corría agosto del 2004, y la institución debía 1,46 millones de euros. Debían pagar para poder competir en la (entonces) cuarta división del fútbol alemán; por ello, los aficionados lanzaron una campaña para donar sangre y recaudar fondos para que pudieran competir en la liga. No fue lo único que han hecho los aficionados por el club; cuatro años más tarde, 2400 aficionados invirtieron 140.000 horas de trabajo. El objetivo era reconstruir el estadio para que la federación alemana les permitiera competir en la 2.Liga, categoría profesional del balompié teutón. Lo mejor es que, finalmente, lo pudieron completar a tiempo (70 horas en total por aficionado, todo un logro). Un campo que fue vendido por 500 €uros a los fans del club.
Dinero que llega al club, dinero que se reinvierte para que los aficionados, y por extensión el club, cuente con las mejores infraestructuras o lugares dónde disfrutar de su equipo con las mayores comodidades posibles. Aunque, tiene una tradición que mantener, se ha visto obligado a intentar permanecer en el mundo moderno. Todo para sobrevivir: desde 2011 se vende “merchandising” del club. Este hito sólo se podría estar explicar por su trasfondo “intervencionista” estatal de la antigua RDA. Sólo los socios tienen derecho a comprar cualquier caso de mercancía del club (llaveros, posters, etc) hasta un límite de 10 artículos por persona o patrocinador.
Ese carácter socialista también se encuentra en la democracia participativa del club: para cualquier propuesta o decisión de cambio relativa al club, los dueños hacen un referéndum para decidir. Al fin y al cabo, es la gente quién decide si el equipo hace variaciones sustanciales o no, en ciertos aspectos económicos. El “socialismo” (o popularismo) adaptándose a los tiempos modernos. Todo ello, sin perder de vista al socio y/o aficionado.
Ellos y sus gritos animando al club, son los que se dejan la voz cada Nochebuena, dónde están noventa minutos (cómo si fuese un partido) cantando canciones navideñas, e incluso, el himno del club. Las luces del estadio se apagan y es cuando la voz del fan toma forma. Una tradición que lleva vigente desde hace 11 años.
La cantante Nina Hagen compuso –estando aún vigente- la canción de su himno. “Eisern Unión” (Unión de Hierro, que proviene de la época cuando el equipo pertenecía al barrio obrero de Oberschöneweide) siempre será un común denominador en la gente que habita estas tierras. Ciertamente, es difícil no sentir empatía con ellos cuando piensan que el fútbol es del pueblo, como cuando pusieron pantallas y cantinas dentro del campo para ver los partidos de Alemania (o del Mundial en general) durante el verano del presente año; trajeron sus sofás desde casa, decidiendo compartir así un momento único, un momento de unión.
El 1.FC Unión Berlín es un club por y para el pueblo. Alguien que sigue las tradiciones, con una de las mayores masas de fans en todo el país. Una rareza en el fútbol de élite; una unión que viene del Este.
Shark Gutiérrez (@SharkGutierrez)